Hace poco fue el 12 de octubre. Fecha polémica, como el 11 de septiembre en Chile. De un lado, la defensa de nuestra herencia hispánica, la gesta de Colón y sus carabelas, la literatura, la arquitectura, el arte que desde la Península vino a fusionarse con nuestra identidad local. Por el otro, la reivindicación de nuestros ancestros precolombinos, su cultura autóctona, y la denuncia por la destrucción que desde 1492 hasta ahora se ha hecho de ese acervo propio.

Mi idea acá es recordar nuestra naturaleza mestiza, y no solamente en el nivel inmediato, entre los conquistadores españoles y los indígenas, sino como una historia de constante mestizaje, de herencias a veces olvidadas de la historia antigua de nuestro pueblo.

América, Mestiza antes de Colón

Por un lado, de aquellos que estaban en este lado del charco, ninguno de estos pueblos surgió de una generación espontánea, por más que algunos crean en lo contrario. Como ha sido la Historia humana, la migración ha sido la base de la población de este mundo por parte de la especie homo sapiens. Y América ha sido sólo uno más de ese capítulo. Una historia antigua, que se pierde en la bruma del tiempo, que sólo nos deja huellas mudas en forma de hueso, de tejido, comida…

Así, si nos atenemos a las tesis más autorizadas, dos han sido los caminos que siguió la especie humana para dar con este pedazo de tierra, uno desde el norte de Asia por el Bering, y otro por el sur, por Oceanía. Si fue caminando aprovechando la Glaciación o navegando, eso es lo de menos para esto. Por ello, quizás en mi sangre un par de gotas tuvo origen en la Siberia oriental o en alguna de las islas del Pacífico.

En el camino, algunos se quedaron en alguna parte y otros siguiendo su sendero recorriendo la geografía de la llamada «Patria Grande». En ese camino sinuoso, moldeado por la geografía, el clima, la vegetación o las interacciones, no faltaron quienes se desviaron y se encontraron con otros pueblos. Acá en Chile fue común, la Cordillera o el Desierto no fueron un obice para que el intercambio entre pueblos se diera. Pueblos como los mapuches, los diaguitas, atacameños, tuvieron intercambios comerciales y personales que aportaron a la herencia material y genética que ostentamos. No había «pureza racial» como muchos piensan, sino un sincretismo constante entre ellos.

No podemos olvidar que, ante todo, nuestros indígenas eran humanos y cayeron en vicios como la guerra o el imperialismo. Aztecas, incas, mayas, también se alzaron como potencias precolombinas y, con sus actuaciones bélicas o religiosas, también turbaron la estirpe de nuestros antepasados. Quién sabe si entre mis recontratatara-tatara-abuelos hubo una ñusta del Qollasullu, un weichafe que peleó en el Aconcagua contra el inca, un integrante de un mitimae instalado en un pucará del Maipo, o una madre de familia de algún pueblo likanantai.

Muchos quieren ver a nuestros indígenas como especies en extinción que deben permanecer inalterables y aisladas del proceso de intercambio. Pero eso es negar la historia, y negar la naturaleza humana, tan igual acá como en el Viejo Mundo.

El Mestizaje Español

Por el otro lado del Atlántico, acá quizás es más documentado el proceso, pero digamos las cosas: los españoles que llegaron a América desde la gesta colombina tambien eran mestizos.

La Península Ibérica, como pocos lugares, ha estado sujeto al tráfago de pueblos, de conquistas y reconquistas, de confusión de lenguas y linajes. Partiendo por esos pueblos misteriosos que aprendí en Historia del Derecho, llamados tartesios, sorotápticos, turdetanos, lusitanos, de legado un tanto inentendible pero que aun sentimos. También estaban los íberos, que eran como nuestros mapuches pero con menos mística. Ellos fueron los primeros españoles. Sin olvidar ese relicto conocido como pueblo vasco, que vaya que hizo en Chile.

Llegaron luego otros. Primero los celtas, que dejaron su huella sobre todo en el norte. Luego los griegos, que navegando por el Mediterráneo se instalaron en colonias, para más tarde enfrentarse a los fenicios llegados desde Cartago. El enfrentamiento entre estos primeros colonizadores y los pueblos «autóctonos» no tardó en llegar, y con ello también alimentaron la otra mitad de nuestra estirpe, hasta que Roma y sus ejércitos barrieron con casi todo, y pusieron la primera piedra de nuestra lengua.

Siglos más tarde, a la mezcla ya cocinada se sumó el elemento germánico, llamado visigodo, vándalo o suevo, que sin embargo terminó sucumbiendo tras la arremetida desde el sur de los seguidores de un profeta llamado Mahoma, que eran principalmente árabes pero también había bereberes y otros que adoptaron el Corán. En el norte se preparó la resistencia que durante siete siglos enfrentó a la cruz contra la media luna, y que ganó la primera no sólo en sus tierras sino también en sus hijos. Todos ellos, como una sinfonía, formaron esa parte europea que llevamos en nuestros genes.

Como verán, el soldado que llegó en galeones con Valdivia o Almagro no era sino el pastiche de siglos de sumas y mezclas étnicas y culturales. El agricultor ibérico, algún soldado que acompañó a Aníbal por los campos del Levante, las criadas del gobernador romano de la Tarraconense, la familia visigótica que transitó media Europa para instalarse en Toledo, el imán que acompañó a los ejércitos del Califa, cada uno aportó algo que en el ADN de nosotros va aparejado.

A manera de postdata, no puedo obviar el aporte africano, que contra su voluntad fue arrebatado de su tierra y se trasplantó acá, que aun cuando pareciera un elemento ajeno a nuestra herencia sí ha contribuido a nuestra sangre. Si supieran cuánto ADN de este grupo tenemos, se caerían.

Conclusión

El chileno, el latinoamericano mestizo, no es sino hijo de todas las Historias que confluyen en él. Como nacido en esta tierra, en su sangre hay quienes cruzaron tanto el estrecho de Bering como el de Gibraltar. El guerrero inca y el gladiador romano tienen su presencia en cada célula nuestra. El albañil que construyó la Alhambra de Granada y el obrero que levantó las casas de Macchu Picchu siguen construyendo mediante la gran descendencia que tienen en América. Mis ancestros marcharon siglos de Alaska hasta Chile, de Asturias a Sevilla, de Sevilla a Panamá y de Panamá a Valparaíso. Mi sangre es el río en que confluyeron esos otros ríos.

No hay, pues, pueblo puro, que haya permanecido inmóvil en su tierra y descendencia. Sólo hay ese transitar permanente por el tiempo y el espacio, que nos hace de algún modo partícipes de esa historia que algunos, de uno y otro lado, pretenden evadir. Podemos decir, entonces, que el 12 de octubre no fue tanto el «Encuentro de Dos Mundos», sino Un Solo Mundo reencontrándose una y otra vez.

Por ello, antes de tomar partido entre la Hispanidad o la Indigenidad, es menester recordar que la historia no partió en 1492, y que es inútil pretender hacer ver al grupo propio como impoluto y virgen, o ver al otro como un error de la naturaleza. Al fin y al cabo, somos hijos del conflicto pero también de la interacción, y el (des)encuentro seguirá, ya que tarde o temprano deberemos reconocer esa estela histórica en nuestras raíces.

PD: No voy a poner una bibliografìa. Para qué, si en internet pueden hallar información suficiente buscando términos tales como «Historia de España», «Poblamiento americano», «Mestizaje», «Etnografía», o similares.

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