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(CC) Roger Cook and Don Shanosky

He pecado de flojera. Mi último artículo fue hace un mes, y tras ello me tomé una semana de vacaciones y he estado entre retomar la rutina y pensar en cambios que anunciaré en los próximos días.

Hoy quiero aprovechar que se conmemora el Día Internacional de la Mujer para hacer una breve reflexión sobre el rol de los varones ante la demanda de igualdad de género, amén de diversos fenómenos recientes que han puesto de nuevo el dedo en la llaga, como acoso, violencia, discriminación, en suma, aquellos hechos que revelan todavía la disparidad en una relación en la que nadie, ni aun los que tienen una identidad sexual «no hetero», pueden erigirse como ente neutral[1].

Cómo dije hace algún tiempo,  me declaro un “masculinista moderado”. Masculinista,  porque creo necesario que la voz del género masculino se haga escuchar en el debate por la igualdad y no caer en el populismo de pretender cambios solo mediante la visión femenina del conflicto de género, sin atender al hecho de que los géneros son dos. Pero me masculinismo es moderado porque tampoco significa defender una visión supremacista del Género masculino ni cerrar los ojos a las diferencias y desigualdades que todavía existen y colocan a la mujer en una posición desfavorecida.

Hasta ahora, reconozco, el diálogo ha sido de sordos. Por un lado, nosotros como género nos sentimos intimidados, apuntados con el dedo, acusados justa o injustamente, del mal de la mujer, lo que en algunos casos se contesta con rechazo, desprecio, rabia, y finalmente con endurecimiento de nuestra posición, favor. Y por otro, ante esta dureza masculina, la respuesta femenina no va a ser precisamente la más moderada, y en vez de ser una fecha de reconocimiento de los logros, el 8-M se convierte en una jornada de malestar femenino ¿contra quien? adivinen.

Machismo y hembrismo. Feminismo y masculinismo. De ahí, a la misoginia y la misandria, hay un paso. No quiero revanchismos de género, pero tampoco quiero volver atrás. Es deseable mayor igualdad, nos beneficia a todos, pero a veces el discurso parece tornarse en un cobro de deudas históricas sin reconocer los avances logrados y el aporte que nosotros los varones hemos hecho.

Caballerosidad, Arma del Diálogo (y del Cambio)

Dicho lo anterior hay que pensar en una nueva manera de relacionarnos con el género femenino (mejor dicho, con las mujeres), de una óptica que implique facilitar el diálogo con ellas, pero sin que esto signifique que nosotros como género debamos entregarnos sin más a las pretensiones femeninas. Porque también somos seres humanos.

Y ese nuevo diálogo parte con reconocer que, en el pasado, se educaba mejor que ahora para la relación entre los sexos. No quiero decir que antes eramos menos machistas que ahora (porque claramente esa no era la realidad), pero la liberalización creciente de nuestras sociedades implicó el abandono de ciertas costumbres sanas que hoy, en vista de las circunstancias, deberíamos rescatar. Y aquí es que me adentro en el tema que titula la columna, que es el recuperar el buen comportamiento masculino y reconvertirlo en nuestro «estandarte» en el diálogo con la mujer.

Por lo menos hasta mi generación, la caballerosidad era una virtud muy importante, no sólo para con las mujeres, sino con todo ser humano. Era, ante todo, entender que al frente había un ser humano y que, respetándolo, uno se respetaba a sí.

Por ejemplo, hace cincuenta o más años habría sido inimaginable gritar a una mujer una ordinariez o algo que la molestara. Hoy, con el tema del acoso, y ante la amenaza, habría que recordar cómo era verdaderamente un «piropo»: educado, gentil, frente a la dama y midiendo las palabras. Que cualquier exceso era considerado algo vulgar, una falta de respeto no sólo a ellas, sino a la moral. Eso quiero rescatar.

¿Y cómo ser caballero? Bueno, eso es algo que se enseña, en la casa, en la escuela, en el trabajo. Se aprende pensando en cuanto se actúa. Se aprende, en fin, por una experiencia combinada con la reflexión del tiempo y el lugar en que se obra.

Sí, ya sé que dirán que estoy fomentando la hipocresía. Que ese caballerismo escondía un enorme desprecio por la mujer. Puede ser. Por eso, es que esa virtud, al rescatarse, debe ser reinterpretada como una manera tanto de comportarnos ante las mujeres como tambien de legitimarnos, y defender nuestra posición. Digamos que, incluso siendo machista, tiene que ser un «buen machista», no uno malo. Porque hasta el machismo tenía límites.

Debemos, pues, rescatar la caballerosidad como virtud y reinventarla como un modo de relacionarnos entre varones y mujeres. Ahora, el ser caballeros implica algo más que ser delicados, implica sentarnos a dialogar con respeto con ellas, a escucharlas. A entender que agredir a una mujer está mal no por la víctima, sino por el hecho de la agresión. A comprender que una declaración grosera a una dama no nos hace más varoniles, sino que menos humanos y más «animalitos». Así, y sólo así, podremos ser legitimados para entrar a dialogar con ellas, y hacer las concesiones necesarias para que la igualdad pueda ser conseguida, sin revanchismos de ningún tipo.

Es entender que, cual karma, cualquier daño a la mujer a la larga es un daño al varón. Mi idea, discutible si quieren, es ésta: para combatir el hembrismo hay que combatir el machismo. Para evitar la misandria, hay que cortar con aquellas actitudes que no favorecen el diálogo y más bien entrampan el camino a la igualdad. Que no permiten acercar a los elementos moderados de ambos bandos, ensalzando el discurso de los extremistas.

Pero vuelvo a recordar que soy un masculinista. Que no quiero que los hombres seamos un río y ellas un mar. Que tenemos derechos y debemos defenderlos. Pero, ahora, reconociendo en la mujer, en el feminismo si quieren, un adversario. No un enemigo. Poder defendernos ante las acusaciones injustas, sin que con ello rechace que hay cosas por hacer.

Mi idea es ésa. Defiendo mi derecho a ver a mis hijos si estoy separado de su madre, pero debo entender mi deber como padre de contribuir a su crianza. No me pueden prohibir ver a una chica hermosa en la calle, pero sé que debo ser discreto y no incomodarla en público. No me gusta que nos ataquen como género por las maldades de unos cuantos, pero sé qué está bien y qué está mal. En fin, que estoy dispuesto a hacer concesiones, pero que ello no signifique que se dé vuelta la tortilla y pasemos del patriarcado al matriarcado.

En resumen

Hay que volver a ser caballeros con las mujeres. Es nuestro mejor aporte, por ahora, para contribuir a un buen ambiente para el diálogo entre los sexos (o los géneros).

Sólo siendo caballeros el género masculino podrá legitimarse ante el femenino y ante el feminismo. Y podremos hacer sentir nuestra voz, ahora sin el peso del lastre supremacista.

Bueno, ése es mi aporte para el 8-M. Quizás no les guste a todos (o a todas, si quieren). Pero bueno, es un camino largo.


Notas

[1] Las discusiones sobre un “tercer sexo” dicen más relación con la posibilidad de que las identidades sexuales puedan ser ejercidas sin problemas ni molestias, y la consagración legal de este derecho, más que con determinar la existencia material que se circunscribe a cuestiones de orden científico. Véase al respecto “El Constitucional alemán exige el reconocimiento legal de un ‘tercer sexo’” (El Mundo, 8-11-17) y “La Justicia francesa rechaza reconocer un «sexo neutro» para intersexuales” (ídem, 4-5-17)

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