«Con frecuencia, el éxito es con lo que la gente se conforma cuando no puede pensar en algo lo suficientemente noble para que merezca la pena fracasar»
Hola a todos. Esta vez, mi columna de hoy no va dedicada a un tema jurídico, sino que va a ser una traducción libre de una columna que critica el modo de vida actual, en que más vale un éxito mundano y que olvida esos “fracasos nobles” que tienen mucho más valor (y que, a la larga, son los que configuran el camino al éxito verdadero).

Hace algunos años, en una revista de Selecciones del Reader’s Digest encontré un pequeño párrafo que resume el texto que hoy voy a comentar. Durante mucho tiempo traté de hallar el texto de esa reflexión, hasta que hace algunos meses pude hallarlo. El problema es que estaba en inglés, y me puse a traducirlo. No obstante, no quiero publicar esa traducción para no tener problemas de derechos de autor, sino hacer una reseña a modo de “traducción libre”.
Laurence Shames es un escritor y dibujante estadounidense nacido en 1951. Es conocido en su país por novelas como Florida Straights (1992), Tropical Depression (1996) o Welcome to Paradise (1999). También ha sido colaborador en series televisivas y en medios como Esquire, y produjo además [1]. En 1986 escribió una columna para el New York Times, publicada en la edición del 12 de abril de ese año, y su título en inglés era “The Sweet Smell of ‘Success’ Isn’t All That Sweet”, que se puede traducir como “El dulce aroma del “éxito” no es tan dulce”[2].

En esta columna, Shames parte con una afirmación dura a la vez que polémica: “John Milton fue un fracaso. Al escribir El Paraíso Perdido, su objetivo declarado era ‘justificar los designios de Dios a los hombres’. Inevitablemente, él no llegó a lograr eso y sólo escribió un poema monumental…” para luego señalar que Beethoven o Sócrates fueron también fracasos, ya que pretendieron con su arte o conocimientos cambiar a las personas o al mundo, y evidentemente no lo consiguieron, reflexionando Shames que la manera más noble de fallar era fijarse metas monumentales.
Luego de ello, comenta que hay una cara opuesta, que propone una conclusión segura pero a su juicio triste, y es que la mayoría de la gente “sabe” que la manera más segura de tener éxito es fijarse metas alcanzables. Así, en vez de proponerse logros ambiciosos decide simplemente aprovechar las oportunidades más obvias para obtener seguridad económica y social.
El autor comenta que el éxito en nuestra época se reduce ascender a una marca premium de cerveza por 10 centavos más, o que es inherente a poseer un pedazo de plástico conocido como tarjeta de crédito. Lo que a simple vista puede parecer insignificante, pero si se construye con ellos y en base a ellos todo un sistema de valores se obtiene un estado de ánimo qué termina siendo el motor de todo una sociedad. Bajo ese sistema moral se desprecia el aporte de las artes y las ciencias puras mientras florecen las escuelas de negocios o de leyes, aunque incluso para estas las cosas se ponen cuesta arriba porque la academia no es en sí un logro suficiente. A este autor preocupa que se abarroten estas carreras y luego los recibidos en ellas no puedan cambiar el rumbo de su vida así se halle abarrotado el mercado para ellos.
Para el autor, toda esa gente que sigue ese estilo de vida será “exitoso”, podrá tener seguridad económica, ser admirados por sus pares, no temerle al futuro; pero todo ello esconde un lado oscuro, que es el desprecio por lo que llama el “fracaso noble”, que es el riesgo que tienen todos aquellos que intentan logros espectaculares, romper los límites con la esperanza de marcar un hito… o sufrir el más escandaloso de los fracasos.
Shames se queja que en esta época se valora más la recompensa obtenida que el logro en sí, y que por esa razón la ciencia o el arte no están siendo considerados si no es por su rendimiento económico. “Menos personas están haciendo las preguntas que importan, las que no pueden ser contestadas. Y menos aún se están poniendo en la línea, haciendo mucho con sus mentes y talentos como pudieran”.
Y recalca que, irónicamente, pese a que el discurso es mantener moderadas las metas a cumplir, no exista conformidad en aquellos que siguen esta doctrina de vida. Que proliferan los posgrados porque no basta con un título o una profesión regular. Que haya competencia por trabajos y clientes porque lo quieren todo ahora. Pareciera que, en esta contradicción entre moderación e impaciencia, las palabras “éxito” y “establecerse” fueran incompatibles.
Concluye el autor que todo ello hace que la gente se restrinja y no explore nuevas oportunidades, que no quiera descubrir nuevos nichos, en fin que no quiera tomar la iniciativa. Termina el sr. Shames su columna con una pregunta que nos debe hacer pensar:
¿Alguna vez se les ocurrió que, con frecuencia, el éxito es con lo que la gente se conforma cuando no puede pensar en algo lo suficientemente noble para que merezca la pena fracasar?
Quizás, como diría Ray Girado en boca de Dyango, “es mejor querer y después perder, que nunca haber querido…”. En mi opinión, Shames da en el clavo, y es que pareciera que no viviéramos tanto buscando el éxito sino más bien huyendo del fracaso, y sin embargo los grandes avances de la vida surgen cuando uno entiende que el riesgo de fallar se compensa con la conciencia de que estancándose no se va a llegar a ninguna parte.
Como iniciaba la columna del escritor, Milton, Sócrates, Beethoven, no llegaron a donde querían, pero su obra significó un gran adelanto que no se habría producido si ellos no se hubieran propuesto ir a donde querían. Quizás no consiguieron llegar a la meta, pero en cambio hicieron que este mundo dejara de quedarse pegado en el punto en que estaba, para mejorar aunque fuera algo.
Al final, su «fracaso» devino en un éxito, y el «éxito» que se pregona hoy puede ser quizás la cadena que nos estanque, y ése sí será un fracaso.
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[1] Biografía en https://en.wikipedia.org/wiki/Laurence_Shames
[2] El texto en inglés puede hallarse en http://www.nytimes.com/1986/04/12/opinion/the-sweet-smell-of-success-isn-t-all-that-sweet.html