Hola a todos. Ésta no será una columna de las típicas, en las que hablo sobre temas jurídicos «duros», sino sobre un tema de actualidad que afecta en un momento muy trascendental para nuestro país, como es el Proceso Constituyente. Como sabrán, hace algunos días un convencional (cuyo nombre sólo mencionaré en el título de esta columna) reconoció haber engañado a la opinión pública sobre la enfermedad real que padecía, haciéndola pasar por un cáncer. Esto generó toda clase de reacciones, atendida la polarización generada por el proceso antes dado y en especial el grupo al que pertenecía, que ya venía dando noticias y no de las buenas.

Pero en esta oportunidad, más que hablar sobre si el aludido tiene o no el mérito para seguir siendo miembro de la Convención Constitucional, quisiera hablar de uno de los fenómenos que puede llevar a estos resultados, donde la propia ignorancia unida al orgullo y al ego desencadenan comportamientos que dejan a una persona en mala posición frente a la sociedad. Mi tesis es que tanto el convencional aludido como el grupo político que lo apoyó, y buena parte de la gente que lo eligió, padecieron del Efecto Dunning-Kruger.

Dunning-Krueger: el «vivo» que no es inteligente

El Efecto Dunning-Kruger (o Síndrome, pero no es una enfermedad) es un fenómeno psicológico estudiado por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, en el cual personas incompetentes tienden a sobreestimar sus habilidades y conocimientos en determinados ámbitos, mientras que las personas competentes en esas áreas tienden en un sentido contrario, es decir, a subestimar su propia habilidad en ese campo.

Los expertos señalan que este fenómeno se debe a varios factores, entre ellos el propio desconocimiento de la ignorancia en un campo determinado, lo que a su vez lleva a no comprender o estudiar los escenarios en que se está trabajando para encontrar aquellos puntos débiles o fuertes con que se cuenta. Súmese a esto el propio ego humano que alimenta la vanidad, la confianza de «quien nada sabe, nada teme», y elementos externos que lo empujan (como la presión social, por ejemplo), y tenemos el escenario propicio para ver el efecto en todo su esplendor.

Este fenómeno ya era intuido a mediados del siglo XX por el escritor y científico Bertrand Russell, que acuñó su famosa frase:

«El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas»

Bertrand Russell

Y es lo que ha diferenciado a la «viveza» de la inteligencia. El «vivo» es aquel que, para satisfacer su vanidad o contrarrestar su complejo de inferioridad, suele meterse en asuntos que no puede manejar o termina haciendo mal. Una persona inteligente, en cambio, suele tener mayores reparos antes de embarcarse en algo, y si lo hace es porque sabe manejarse o aceptando el riesgo de fallar. El «viejo zorro», la «mosca muerta», es ese vivo que sí ha desarrollado inteligencia y sobre todo conocimiento en el área, lo que veremos más adelante.

En conclusión, el ímpetu es más bravo cuanto menos resistencia ponga la razón.

Viveza del «Pueblo» contra la Inteligencia de las Élites

La revolución de 2019 fue un evento dramático, en que tras años de espera el pueblo «de abajo» se rebeló de manera general contra el modelo económico-social existente tras el fin de la dictadura, que si bien trajo un desarrollo sin precedentes, también adoleció de oligarquización y falta de democracia sustancial. La solución vino del mundo político, con la convocatoria de un proceso constituyente donde la clase política, pese a verse electoralmente herida, se vio más entera a la hora de administrar la derrota propia que lo sucedido con los «amateurs de la política» que se hallaron con una victoria que no supieron manejar. Fueron víctimas de su éxito, pero también del fenómeno que estamos estudiando.

El engaño del convencional no se puede atribuir solamente al efecto Dunning-Kruger (puede deberse a sicopatía, mitomanía, o simple fraude), pero este fenómeno denota su presencia en esta situación. Un ciudadano común, devenido en político amateur, no se dio cuenta de que involucrarse en la arena política implicaba mucho más que sólo hacer campaña para un cargo, y que no todos eran igual a él. A su vez, muchos como él venían «de abajo», con las carencias que terminaron generando la respuesta que desde el 18 de octubre de 2019, y lo poco que sabían venía de la prensa o las conversaciones entre iguales, con las mismas carencias y el mismo orgullo.

Sumemos a esto el rechazo de la «política profesional», creciente en la población y que hace desconfiar de los medios y estilos tradicionales, y busca nuevas recetas, o crear las propias, para sepultar la historia pasada y escribir una nueva épica. No obstante, se estaba jugando en la arena de los «viejos zorros» y sin que alguien les advirtiera en dónde se estaban metiendo. Y es que la falta de roce en el mundo de la política los hizo obviar a aquellos contendores que, a más de recursos, los superaban en experiencia, conocimiento e intuición en esta clase de asuntos. Y no sólo hablo de la clase política, sino de todo un entramado socioeconómico que se relaciona con el poder político: hablo de la gran empresa, de los gremios, la prensa, los «poderes fácticos» y sus tácticas para vencer al enemigo.

En conclusión, por querer cambiar la historia se desconoció la experiencia de los políticos «profesionales» que van un paso más adelante que el pueblo promedio. La soberbia de las masas erigidas en jueces, enceguecidas por años de exclusión y necesidades insatisfechas, creyó que la justicia de sus demandas y la maldad de sus enemigos eran lo único que necesitaban para llegar al poder. Se autoengañaron. Si el Diablo ha prevalecido ha sido más por viejo que por malo.

Una Oportunidad para Aprender

Lo ocurrido con este caso, junto con la performance de los exsocios del aludido, puede ser asumido de dos maneras: una es seguir en el autoengaño, culpar a los «enemigos» como el único motivo de su caída y no cambiar. La otra implica reconocer que la falta de experiencia y de humildad hizo que cayeran en este estado, y tomar esa experiencia como aprendizaje.

La primera opción es más fácil de asumir, porque halaga el amor propio, refuerza las ideas preconcebidas y es acorde a sus concepciones sobre sí mismos y los demás. El problema es que obviamente con eso no se avanza, se estanca en la propia ignorancia y al final se vuelve a caer una y otra vez.

La opción de tomar esto como aprendizaje es difícil. A nadie le gusta sentirse ignorante, y menos cuando uno quedó como tal ante el resto (sobre todo ante los verdaderamente sabios y los enemigos). Es saberse inferior, equivocado, es tener que reconocer la victoria del más competente. Pero ése es un precio a pagar por si se quiere progresar. Al menos, para que la próxima vez el adversario no lo pille volando bajo.

En fin, que el caso analizado acá ojalá sea ese remezón que nos recuerde que es muy fácil tirarse a la piscina sin saber nadar, sólo porque el calor arrecia.

Referencias

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