Escribo esta columna a pocas horas de haber finalizado la 63.a edición del Festival de la Canción de Eurovisión, celebrado en Lisboa, donde se impuso la canción representante de Israel, «Toy», intepretada por Netta. Y la polémica se instala, no tanto por el contenido de la canción (ligada a los casos recientes de abuso sexual) sino por el hecho de que sea el país ganador el que, generalmente, organiza la edición del año siguiente. No hubo que esperar mucho para ver en las redes sociales las quejas y declaraciones altisonantes, entre llamados al boicot para la próxima edición, en quejarse del antisemitismo, del sionismo, acusaciones de islamofobia, etc. No voy a emitir aquí una opinión acerca de los asuntos político-histórico-culturales que tiene esta decisión, ni haré una crítica musical sobre las canciones que se presentaron. Simplemente, quiero hacer una breve reflexión sobre la relación entre música y política, y cómo el Festival de Eurovisión, amén de otros eventos musicales (el extinto OTI, el de Viña, los Grammy o los Billboard) no escapan a esta lógica.
Música y Política, Creaciones Humanas
Partamos pues, reconociendo que la música y la política tienen un elemento esencial en común: su esencia humana. Ambas son expresiones de cultura, o sea del ser humano en relación con sus congéneres y en uso de su conciencia, cosa que nos distingue del resto de los animales. La música está inmersa en el ambiente social, mismo ambiente que la política busca regir y definir conforme a los pensamientos e ideas de la gente. No es de extrañar, entonces, que tarde o temprano ambas expresiones del quehacer humano se encuentren y se relacionen.

La música, entonces, se transforma en un instrumento de difusión y de discusión social, comunitaria, y con ello, política. Desde la antiguedad, la música acompañaba las presentaciones de los emperadores, reyes, sacerdotes, amenizaba las fiestas y ceremonias en que se ostentaba el poder, y acompañaba los relatos y cánticos que construían la relación del hombre con la religión y la etnia. Esto es, era una voz para el poder.
Para el Estado moderno, la música es más importante de lo que se puede pensar. Si no existiera la música, no existirían los himnos nacionales, que son un símbolo que representa a las naciones. Los ejércitos no serían lo mismo sin sus bandas de guerra, sin los tambores, sin sus marchas. ¿Cómo se podría inculcar el sentimiento nacional en la juventud si no es con música? En esto, también el folclor musical ha servido, sobre todo en fechas como las fiestas patrias o el día de la independencia.
Y si no es el Estado, son los movimientos políticos los que se han servido de la música para difundir sus ideales. El ejemplo más palmario, sin duda, es «La Internacional«, la canción símbolo del socialismo. Pero los liberales también adoptaron «La Marsellesa», los nazis cantaban «Horst Wessel Lied», y los franquistas usaron el «Cara al sol». Manifiestos en forma de poemas cantados, que reflejan las ideas y proyectos que promueven. Pero no sólo en estos himnos se halla el mensaje, también lo hicieron géneros completos. En Chile, la Nueva Canción Chilena se identifica plenamente con la Unidad Popular y el gobierno de Salvador Allende, mientras que su sucesor moral, el Canto Nuevo, sirvió para amenizar la resistencia a la dictadura militar. Incluso, en la Alemania Oriental (la comunista) existió el Festival des politischen Liedes o «Festival de la Canción Política»… más claro echarle agua.
Pero si el mensaje directo no bastara, el mensaje indirecto de los géneros musicales también son un reflejo de su tiempo y las ideas políticas imperantes. No es posible entender la música de Mozart y de Beethoven como algo separado del espíritu de la Ilustración y el Liberalismo. No podemos escuchar el rock and roll sin negar la arremetida occidental en favor del capitalismo y la democracia liberal, ni tampoco la música andina sin relacionarla con los movimientos indígenas. La música, aunque no lo quiera, es un vehículo de ideas y pensamientos, y la política se tiene que colar, por más que lo neguemos.
Festivales de la Canción

Y aquí entro al tema de los festivales, y en especial el de Eurovisión. La Unión Europea de Radiodifusión (UER) es la asociación de radioemisoras y televisoras que reúne a las principales empresas de comunicación de Europa, más algunos estados aledaños. Tiene muchas funciones y propósitos, pero para el público es más conocida por el festival que mencionamos. El propio origen de la UER es político, ya que nace tras separarse los países pro-occidentales de la Organización Internacional de Radio y Televisión (OIRT) debido a la creciente injerencia de la Unión Soviética. Así, UER y OIRT representaban una más de las batallas de la Guerra Fría. Cuando ésta se acabó, la OIRT se fundió en la UER.
La UER decidió hacer el Festival de Eurovisión en 1956, imitando al Festival de San Remo, como una forma de probar las conexiones satelitales entre los países. Pero la aventura agarró vuelo y se convirtió en un evento que hoy, según algunas fuentes, es el evento no deportivo más visto en el mundo, incluso superando a los premios Oscar o los Grammy. Ciertamente, este festival refleja, por su sola existencia, una política europeísta, de integración continental, muy a la mano de las intenciones de los estadistas de la posguerra, cuyo fruto más famoso es la Unión Europea.
Como en América Latina somos muy copiones, también se creó una entidad similar a la UER, la Organización de Televisión Iberoamericana, OTI. Y, era que no, decidió también hacer su propio certamen, el «Festival de la OTI», pero chocó con la realidad adolescente de nuestras naciones, menos dadas a la integración y más a los conflictos armados externos e internos, lo que a la larga impidió que la idea se desarrollara. Otros intentos fueron el Festival de Intervisión (de la OIRT, que tampoco duró mucho) o el ABU Song Contest, de Asia. Todos, intentos de unir a los países mediante el canto, lo que refleja una idea, un propósito, es decir, una política.
Volviendo a la UER, esta organización se compone, en su mayoría, de emisoras públicas o estatales, por lo que de algún modo la política particular de cada estado miembro se refleja en las decisiones de la UER, y de ahí, en el Festival. Existe la tentación de usar la plataforma del certamen como estrado para difundir las opiniones, las ideas, las posiciones e intereses. Y, como veremos más adelante, no faltaron los intentos, consumados o no. Por otro lado (y esto es específico del Festival), la introducción del voto popular permite a los ciudadanos de esos países expresar su mayor o menor conformidad con una canción, y no pocas veces se denuncia que ese voto está menos decidido por la canción que por el país a representar.
Así, no debemos extrañarnos de que el Festival de Eurovisión sea calificado, a veces, de ser extremadamente político. Con toda esa «espalda» que tiene, es difícil, cuando no imposible, que se convierta en una oportunidad para trasuntar cuestiones de orden ideológico, social, económico, etc., sea en las canciones que se envían, sea en las votaciones, sea en cualquier otro momento del mismo en que se expresen tales ideas.
Episodios Políticos de Eurovisión
Podría hacer una larga lista de hechos y anécdotas que demuestran cómo la política influye en el festival o desde él. Pero quisiera detenerme sólo en algunos aspectos macro para también citar algún ejemplo a nivel particular.
1. Países árabes en el festival
La presencia de Israel, desde 1973, ha inhibido a las televisoras de Egipto, Argelia, Túnez, Jordania, Libia, Líbano y Marruecos (países miembros de la UER) de participar en el festival. El último de estos países logró participar sólo una vez, en 1980, cuando Israel se ausentó. Líbano y Túnez intentaron hacerlo, pero desistieron por la prohibición de censurar cualquier aspecto de la transmisión. Y una anécdota: la televisión jordana, en el festival de 1978, cuando era evidente el triunfo de Israel, interrumpió la transmisión y luego informó que había ganado Bélgica (que en realidad fue subcampeón).
2. Disputas entre países
Aun cuando la intención es el acercamiento, no falta que algún roce entre países afecte al certamen. Un ejemplo de ello es la participación de Grecia y Turquía en los años 70. Los helenos debutaron en 1974. Al año siguiente lo hicieron los turcos, provocando el retiro de Grecia. El ’76 se dio al revés, Turquía se marchó y Grecia regresó, con una canción que rememoraba la invasión turca a Chipre. Y el ’77, se dio vuelta la tortilla. Coincidieron finalmente en 1978. Otros ejemplos son los boicots que hicieron, en el 2009, Georgia a Ucrania (por la invasión de Abjasia y Osetia del Sur), en el 2012, Armenia a Azerbaiyán (por el conflicto en el Alto Karabaj), y en 2017, Rusia a Ucrania (por la situación en Crimea).
3. Canciones Revolucionarias (y no tanto)
Aunque el festival prohíbe que las canciones que se presenten tengan contenido publicitario o político, esto no impide que de cuando en cuando se cuele alguna idea peregrina escondida en la letra de una canción. Eso pasó ahora mismo con «Toy», pero ha habido casos más palmarios, como en «Razom nas bahato», canción que representó a Ucrania en 2005 y que, previamente, fuera un himno de la Revolución Naranja sucedida el año anterior. Otro caso fue el intento de Georgia de participar en la edición de 2009 con una canción de título «Don’t wanna put in»… uds. entenderán las dos últimas palabras, a qué se parecen…
Al revés, también ha habido casos en que una canción no política termina siendo involucrada en ella. En 1974 hay dos ejemplos destacados. El primero, «E depois do adeus», canción de Portugal, que días más tarde sirvió como señal de inicio para la Revolución de los Claveles que vino a restaurar la democracia en ese país. El segundo, el tema «Sì», de Italia, que fue censurado en su país ya que se le consideraba inductor en el plebiscito sobre el divorcio que se iba a celebrar pronto por allá.
4. Boicots varios
Ya citamos algunos casos de boicot a determinadas ediciones. Pero hubo otros casos. En 1969, Austria declinó participar en repudio a la dictadura de Franco en España. En 1970, en repudio al empate del año anterior, los países escandinavos se retiraron del festival. Italia, en parte por recuperar su festival de San Remo, y en parte por el bajo interés, estuvo ausente 14 años. Turquía también decidió abandonar en 2013, aduciendo disconformidad con la organización, pero siendo evidente el ánimo antieuropeísta del gobierno de Erdogan. Cierto es que no todos estos abandonos son enteramente políticos, pero detrás siempre hay una decisión tomada con un fin determinado que, a la larga, también refleja ese sentir.
Conclusión
El festival de Eurovisión es un ejemplo, de muchos, de que la política y la música se entrelazan, sea en el contenido mismo de la canción, sea en la votación que escoge a la ganadora, sea en la participación o no en el mismo. Esto se podría replicar en muchos eventos, pero quise hacer sólo una reflexión breve de este fenómeno, aprovechando lo sucedido recientemente.
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