Reconozco que he dejado un poco botado este blog. Es febrero, el calor se ha vuelto insoportable incluso para los estándares del verano (con temperaturas de más de 30 grados incluso en la zona austral), aunque nunca tan caldeado como el ambiente que se siente al otro lado de Sudamérica, en la ahora conflictiva Venezuela. No va a ser una columna muy organizada, van a ser pensamientos que lanzo mientras escribo.

He hablado poco de mi posición en el conflicto entre chavistas y antichavistas, salvo una columna anterior («Y tanto que reclamaban contra el Tribunal Constitucional«), en que dejaba ver algo de mi opinión sobre el régimen de ese país. Si bien mis simpatías han estado un tanto ligadas a la izquierda, no siempre comulgo con algunas de sus posiciones. Y una de ellas, es su apoyo, velado o no, a la dictadura de Nicolás Maduro. Sí, le dije dictadura, con mucha pena debo decidirme por esa opción.

Ya, me lancé a la piscina. Soy un «guaidista escéptico». Podemos discutir largo sobre la diferencia entre legalidad y legitimidad, quién está con la Constitución y quién no. Pero ahora, en este momento, y con la evidencia de la situación de crisis que hay en ese país cuyos efectos los estamos sintiendo incluso en la ignota ciudad de Linares donde vivo, no puedo negar que Maduro está convirtiéndose en una piedra de tope que hace insalvable cualquier avance para terminar con la crisis. Poco importa la buena o mala herencia del chavismo, y la injerencia extranjera que quiera aprovecharse del pánico. Hoy, Venezuela está en crisis, y si los «malos de afuera» vienen a matonear, harto de la culpa la tendrá la tozudez del gobierno «legal».

Una mayoría de mis conocidos de izquierda, e incluso de centroizquierda, avalan la tesis del «Golpe de Estado» que la Asamblea Nacional estaría dando al gobierno popular y revolucionario. Ante esta afirmación, no diré ni sí ni no. O quizás sea como el Chavo y diga «las dos cosas». Técnicamente, si uno entra a analizar el comportamiento de ejecutivo y legislativo de ese país, uno llegaría a una conclusión, que el pretendido golpe no lo dio precisamente la AN. Sin entrar a considerar la inidoneidad de la proclamación de Guaidó para haber siquiera zozobrado a Maduro (porque hasta ahora ha habido más actos simbólicos que verdaderas medidas de fuerza por parte de la comunidad internacional).

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Delacroix, «La libertad guiando al pueblo» (1830)

Y aun si lo hecho por ésta calificara como «golpe» ¿Acaso en sí mismos los golpes de estado son malos? Claro, nos quedamos con el 11 de septiembre de 1973 en Chile y los Hawker Hunter bombardeando la Moneda. Pero ¿les sonará la «Revolución de los Claveles»? Ese movimiento que terminó con la dictadura fascista de Portugal, técnicamente, fue un golpe de estado. Lo mismo en Paraguay, que hace pocos días conmemoró 30 años de la «Noche de la Candelaria», gesta en la que el general Andrés Rodríguez sacó del poder a Alfredo Stroessner tras 3 décadas de régimen autoritario. Podremos discutir si la transición a la democracia en estos países fue bien hecha o no, pero no hay una relación entre golpes de estado y dictaduras, como si éstas fueran un producto inevitable de aquéllas. Si toda revolución popular califica para golpe de estado, entonces la revuelta contra Duvalier en Haití, o contra Marcos en Filipinas, o el juicio sumarísimo a Ceaucescu en Rumania, lo serían.

Cuando veo las redes sociales, muchos de los que no están del lado de Guaidó aducen más su oposición a la injerencia extranjera que a la situación interna de Venezuela. Entonces, no me queda claro si es que están o no con el régimen de Maduro. Mucha gente se opone a que, por ejemplo, el gobierno chileno reconozca a la AN y su presidente como el «gobierno legítimo» sólo porque quien reconoce no es de su filiación política. Eso me hace suponer que el apoyo a Maduro no es tanto como podría pensar, y que hay muchos que están en una encrucijada, como me siento yo, pero no quieren expresarlo por miedo, por conveniencia, o porque temen que los malvados se aprovechen de la nobleza de los que protestan.

Como dije, soy un «guaidista escéptico». Mi inclinación en estos momentos está con la AN, pero soy consciente de que este conflicto importa tanto a la región (Latinoamérica) y al mundo que es inevitable la injerencia extranjera. Sea ésta simbólica o efectiva, no cabe duda de que esto se ha convertido en un juego de los «peces gordos», y aunque las intenciones de algunos sean buenas, tendríamos que acordarnos «qué es lo que se pavimenta con buenas intenciones…» No, no me gustaría que un país se arrogara el derecho a intervenir de manera agresiva en el conflicto no tanto para solucionar el entuerto sino para precaver sus intereses propios. Ello no ayudaría a solucionar el conflicto, sino más bien para agudizar la retórica de los bandos.

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(CC) Carlos García Soto

Y claro, con intervención extranjera el pensamiento se dirige inmediatamente al Tío Sam, o al Gran Satanás, o como quieran llamar. Sobre todo con un presidente tan grandilocuente como Trump, que quiere reponer la Década Unilateral surgida tras el fin de la Guerra Fría. Pero, amigos, EEUU no es el único país que ha intervenido en otros (subrepticiamente o no) para imponer su hegemonía político-económico-social-cultural. Que mis conocidos del otro lado no olviden que su añorada URSS también hacía lo mismo, y Rusia tampoco se ha obviado de lo mismo (¿no me creen? busquen a manera de ejemplo: «Hungría 1956», «Checoslovaquia 1968», «Alemania Oriental 1953», «Afganistán 1979», «Polonia 1981», «Crimea 2014», «Osetia del Sur 2008»). Porque, claro, EEUU querrá el petróleo y la hegemonía, pero como decían en una parte, Rusia y China no van a ir sólo por las arepas o las misses.

Una pena que un conflicto interno termine siendo del interés de otros, porque les afecta, porque sienten solidaridad, por lo que sea. Creo que la intervención de la comunidad internacional no puede ser una extensión del conflicto local, y más bien debería facilitar que las condiciones para la recuperación democrática se den. Pero ahora, más que ayudar al acercamiento, las intervenciones agudizan el problema.

No es fácil. Muchos pensarán que me volví un «facho», y quizás sí. Es que como dije hace un tiempo, democracia no es sólo el gobierno de la mayoría, sino que también debe respetarse no sólo a la minoría, sino también a la institucionalidad. Las mayorías pueden equivocarse y pasar a llevar derechos fundamentales, y con ello sentar peligrosos precedentes que puedan afectar negativamente la convivencia social. Debe haber un contrabalance, un control, que permita manejar el delicado equilibrio que exige el Estado de Derecho. Y como defender a Guaidó aparece como ser «facho», es que mucha gente, creo yo, quiere que caiga Maduro, pero no quiere perder amigos, o tener que juntarse con gente que no está ahí precisamente por amor a la democracia.

Volviendo a los apoyos, me he dado cuenta que muchos, cuando critican a uno u otro bando, sacan conflictos propios, que son ajenos al país que estamos analizando. Linkean una página sobre algún conflicto político o social en Chile y aprovechan para lanzar su diatriba a Maduro o a Guaidó (especialmente a este último). O comentan cualquier cosa de Venezuela y sacan a colación otro país de gobierno contrario a sus ideales. Eso no corresponde. Es legítimo reclamar contra las injusticias que ocurren aquí, pero ello no puede dar óbice para justificar al régimen o a la oposición, o defender sus actos. Hablamos de países distintos, con evoluciones político-sociales diferentes, y cuyos procesos actuales se manejan de forma particular. No es llegar y plantear lo que sucede en uno como respuesta al problema de otro.

Bueno, me he tirado a la piscina. Como dije, mis simpatías van con la AN y Guaidó. Pero no es a ojos cerrados, temo por lo que pueda suceder, y no quiero pensar que el remedio sea peor que la enfermedad.

PD: No soy el único que está en una posición de «Guaidismo escéptico». Y no hablo sólo del diputado Pablo Vidal, también pueden ver estos ejemplos:

  1. Del canal Hipótesis de Poder «¿Qué pasaría si Estados Unidos interviene en Venezuela?» (youtu.be/XIdUZ0fyeZM). Al final, reflexiona sobre lo que es estar en la disyuntiva entre no querer que continúe la dictadura, pero tampoco ver con buenos ojos la peor de las soluciones.
  2. La editorial de El País del 5-2-2019, «Respaldo a Guaidó» (elpais.com/elpais/2019/02/04/opinion/1549304578_534006.html?id_externo_rsoc=TW_CM). Recato lo siguiente: «La retórica agresiva del presidente norteamericano, Donald Trump, no ayuda nada a quienes desean el retorno de la democracia a Venezuela. Al contrario; da alas a Nicolás Maduro y a sus seguidores»

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