Hace unos días CIPER, un medio periodístico conocido por sus reportajes que han cubierto temas de interés nacional, publicó una columna titulada “Cómo la elite nos hace creer que triunfa porque es inteligente y trabajadora”, en donde a grandes rasgos se plantea que el discurso en el cual la clase dirigente de nuestro país es, en el fondo, un relato mentiroso, porque promueve valores que no se practican y se omite considerar todo el elemento ambiental o social en que se desarrollan las personas.
Un detalle que para mí es importante es el uso que se le da a la palabra “élite” en el artículo. En esta ocasión, quiero desarrollar brevemente una reflexión planteando mi premisa de que aquí ese término no corresponde usarlo, ya que para el caso sólo es un eufemismo del verdadero término a utilizar, que es “oligarquía”.
Élite, el Grupo que Mueve la Sociedad
Para empezar, “élite” (del francés elite, que quiere decir “elegido”) se define en sociología como un grupo surgido y destacado por poseer cualidades consideradas positivas que los colocan en un lugar destacado dentro de la sociedad, que son fuente de inspiración para la gente, y que los coloca en un estado de influencia en el grupo social en que participan.
A lo largo de la historia, predomina en casi todos los aspectos de la vida humana la existencia de estos grupos que terminan determinando el camino de una comunidad, sea directamente en el gobierno, sea indirectamente como líderes de opinión o de imitación, adquiriendo el estatus de legitimidad necesario para ello. Así, los aristócratas y nobles medievales surgen tras sus actuaciones en el campo de batalla, los burgueses se alzan tras sus triunfos en el comercio, la industria, el ingenio o la inventiva, los políticos surgen mediante su carisma, su conocimiento moral o su capacidad de convocatoria, en fin, siempre es una capacidad o una obra que los distingue de la masa.
Es difícil entender la historia sin la existencia de algunos pocos que se pusieron a la vanguardia y se destacaron del resto. Pocas veces un cambio profundo o una instauración de algo destacado se debe a un movimiento plural y “horizontal”, porque las masas son, por lo general, ciegas, amorfas, con pocas cosas que la unan y que, por sobre todo, definan el camino a seguir.
Eso es lo que, en teoría, tiene la élite: la capacidad de mover, de hacer andar al grupo, de generar en “los de abajo” la idea de legitimidad de su poder y, con ello, de su autoridad para guiar.
Oligarquía, una “Degeneración” de la Élite
El término, que etimológicamente significa “gobierno de unos pocos” (del griego: oligos [ὀλίγος], escaso; arjé [ἄρχή], cabeza o dirigencia) fue descrito por Aristóteles calificándolo como una degeneración de la aristocracia (del griego aristos [ἄριστος], mejor; kratos [κράτος], gobierno). Mientras éste era el gobierno de unos ciudadanos selectos y legitimados por sus virtudes, el otro era la variante bastarda, en donde esos pocos carecían de fortalezas que los hicieran mejores que la gente gobernada, y que se mantenía en el poder por medios deshonestos o contrarios al bien común.
La oligarquía, entonces, no es un grupo motivador, que haga a los de abajo seguir su conducta, ya que su presencia no motiva, más bien inhibe, a quienes son gobernados o influidos. La masa, conforme se da cuenta, y mientras más se educa y se empodera, empieza a recriminar, a cuestionar, a resistirse, y finalmente se rebela, contra ese estado de cosas, para cambiar la oligarquía por una nueva élite.

Hay un cartel que se suele distribuir en las redes sociales en que se coloca a un lado la palabra “jefe” (o “boss”, en inglés) y al otro la palabra “líder” (o “leader”), y muestra que en el caso del jefe él está arriba de un carro que otros arrastran, dando órdenes, mientras que en el caso del líder éste está junto a los demás tirando del carro y señalándoles el camino.
Creo que eso es lo que distingue a la élite de la oligarquía, el liderazgo frente a la mera superioridad. La élite no se conforma con sólo señalar el camino, muchas veces lo recorre junto con la sociedad, y si es necesario lo crea. La oligarquía crea, con su superioridad fáctica, una distancia que hace invisible a ellos la realidad de los menos favorecidos, a la vez que dificulta o traba el camino de la sociedad con su peso.
El Camino de la Élite a la Oligarquía (y el Alzamiento de “Los De Abajo”)
Digamos, pues, que el fenómeno de la oligarquía o de la élite no es algo estático, que se nazca y se muera con ello y no pueda uno ganarlo o perderlo en algún momento. Esto ha sido una constante en la Historia, una dinámica de fuerzas que, sin importar la ideología que uno profese, ha marcado los acontecimientos humanos.
Por un lado, las necesidades sociales han terminado erigiendo élites para que fueran satisfechas, gente que adquiere una cualidad y la usa, y queriéndolo o no termina influyendo en los actos del resto, dándole el poder de cambiar las cosas, de lograr un objetivo que va más allá de lo cotidiano. Así surgen las civilizaciones, se sale adelante en las crisis, se inventan cosas, y así, terminan siendo motor de la actuación de las sociedades, para bien y para mal.
Pero también ocurre que esa élite, pasado el tiempo de construcción (o de destrucción y reconstrucción, si cabe), empiece a perder ese ascendiente, y a menos que surja una nueva necesidad que los ponga en guardia, se duermen en los laureles, y usen de lo conseguido para mantener el statu quo que los mantiene encima de otros. A su vez, los que están abajo, si no están en un estado de deprivación que los mantenga en una inconsciencia permanente, empezarán a picanear, a tantear el camino, porque ellos aprendieron de los de arriba y, como es la naturaleza humana, no van a conformarse con tener lo poco que tienen.
Es lo que pasó, primero con la nobleza, luego con la burguesía, luego con la clase política. La primera, que consiguió sus logros en el campo de batalla, fueron un peso inaceptable para la naciente burguesía que debía sufragar su poder, y de ahí la Revolución Francesa. Luego de ello, los burgueses vivieron de su poder político y económico, sin reparar en que poco a poco surgía una clase trabajadora que quiso compartir las ganancias del sistema, y de ahí las Revoluciones Mexicana y Rusa.
En todos estos casos, el fenómeno es el mismo: la sociedad, desde abajo, ha mirado a los de arriba, primero con el enamoramiento que produce el liderazgo, luego con el creciente escepticismo de la transición y acomodamiento, y más tarde con el rechazo de quien, sintiéndose menospreciado, sale a reclamar. Se pierde el mérito que un día se ganó.
Qué Pasa en Chile
En cierto modo, el artículo no deja de tener razón eso de “hacer creer”, ya que una característica de las élites es erigirse en ejemplo para la sociedad, en modelo a seguir, sea con su discurso o sus actos. Sin embargo, eso cambia si consideramos cuál es el rumbo que está tomando la clase dirigente de nuestro país.

Diremos, pues, que nuestra élite, si es que le queda algo de ella, es poco. Primero, no ha sido objeto de estudio o de cuestionamiento -salvo la visión siempre marginal de historiadores como Gabriel Salazar, Hernán Ramírez o Mario Góngora- el origen de la legitimidad de nuestra clase dirigente. Siempre ha sido un tema soslayado, como si fuera la pieza que, de sacarse, desmoronaría el castillo del poder. Como lo muestra la historia, la tendencia dominante en el mundo iberoamericano es la exclusión más que la inclusión de nuevos elementos en la cabeza dirigencial de los estados, manteniéndose concentrado el poder en grupos herméticos, cuyo origen es oscuro, y que se abren excepcionalmente sólo en la medida que ello acrecienta la distancia (ej. Aceptación de inmigrantes europeos, exclusión de las mayorías mestiza, indígena o africana).
Cada cierto tiempo, surgen líderes, en momentos coyunturales que lo exigen, y por un momento pareciera que tuviéramos una élite, un modelo a seguir, que marque el rumbo de la patria. Pero ocurre lo inevitable, o nunca se soluciona la coyuntura o finalmente sí, y ese embrión de élite vuelve a ser borrado por el sistema, sea porque se convierte a la oligarquía, sea porque el poder de ésta lo elimina.
Por otro lado, y a diferencia de otras sociedades, nuestro espíritu natural no guarda buenas relaciones con el trabajo o el estudio, que ha sido el motor de surgimiento de élites en Europa o Norteamérica. Si bien hay episodios de laboriosidad y de mancomunidad de personas dispuestas a superar barreras y progresar, suelen ser la excepción en medio de un marasmo de resignados e irreflexivos que componen las sociedades medias y bajas en estas latitudes. En este escenario, hay menos incentivo para ser élite y más facilidad para ser oligarquía.
Asimismo, y esto es más reciente, si bien hay cierto sentido de imitación por parte de las clases inferiores, no se advierte que la clase superior marque una tendencia con sus obras, más bien todo parece un armado más maquetado, no una cuestión natural. Es cierto que nuestro esnobismo, nuestra “siutiquería”, tiende a dejarnos llevar por las luces del boato de la clase dirigente, conforme la sociedad progresa esta imitación es menos irreflexiva, y poco a poco empieza a ser cuestionada. Siempre el elemento intelectual o industrial ha sido marginalizado, incluso cuando ha pertenecido a las clases superiores. Son esfuerzos más bien particulares, bien intencionados, pero que acaban fagocitados por el sistema que los alberga. Son, por tanto, procesos artificiales, cual cuerpos extraños, imbuidos en una sociedad cuya vocación sigue siendo la de relaciones verticales y con alta pasividad.
En conclusión, Chile tiene poca élite y mucha oligarquía. Y el artículo de CIPER, en mi opinión, falla al confundir ambos términos. Creo que porque aun queda algo de esperanza, de que pueda surgir y consolidarse una élite nacional, o varias regionales, que miren al progreso de todos y no sólo de ellos mismos. En medio del pesimismo, es una forma de mantener el optimismo, de decir que todavía esa élite, si es que le queda algo de eso, puede desandar el camino oligarquizador. Ojalá, pero el camino es pedregoso, y aquí sí harán falta líderes tenaces y no sólo jefes.
A manera de Bibliografía
- Valdivielso, Rocío (2009). «Élites (Teoría de las)». En Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales, U. Complutense de Madrid: http://webs.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/E/teoria_elites.htm
- Alvarado, Félix (2014). «Oligarquía, élites, empresariado«. En Plaza Pública: https://www.plazapublica.com.gt/content/oligarquia-elites-empresariado
- Sánchez, Javier (2004). «Líderes y elites». En Reflexión Política, año 6 N° 12, UNAB Colombia: http://www.redalyc.org/html/110/11061204/
- Giesen, Elisa (2010). Sobre la elite chilena y sus prácticas de cierre social. Tesis de título en Sociología, U. de Chile: http://repositorio.uchile.cl/tesis/uchile/2010/cs-giesen_e/pdfAmont/cs-giesen_e.pdf
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3 comentarios en “De Élites y Oligarquías en Chile (A Propósito de un Artículo de CIPER)”